Libros, censura y petrodólares

Un iraquí combate con la lengua alemana, que le exige colocar los verbos siempre en el mismo sitio en las oraciones. Acaba de llegar a Europa huyendo de la guerra en la que se bate su país con Irán. Es 1980; el iraquí, de 24 años, tiene la cabeza llena de historias. Muchas de esas historias las recogió en el cuartel durante los dos años que realizó el servicio obligatorio, antes de ser llamado a empuñar las armas, como dice él, de “ser obligado a matar”.

Sin embargo, también marcan sus historias las horas que pasó al lado de su abuela, mientras ella amasaba el pan en Basora, en el sur de Irak. Ella fumaba y contaba historias; fumaba y la ceniza nunca caía sobre el pan. Los primeros cuentos que Najem Wali (Basora, Irak, 1956) conoció, de boca de su abuela, fueron las de Las mil y una noches , donde Sherezade atrasaba su sentencia de muerte contándole una historia por noche al sultán.

A ese libro lo une también el hecho de que Wali nació en el principal puerto iraquí, Basora, de donde partió el legendario marino de las historias de Sherezade: Simbad, para cruzar los siete mares.

Así como huyó de la guerra, años antes Wali había huido de una carrera técnica, que su padre habría preferido por encima de las tablas o las letras, pero el joven iraquí estaba dispuesto a subirse a los escenarios y a escribir.

El punto de quiebre llega con un pequeño poemario, en el que se gastó todo lo que el joven tenía en su bolsillo: poemas de Rainer María Rilke que le tumbaron la mente y lo llevaron a estudiar literatura alemana. Tal vez sea esta la razón de que su fuga de las armas lo haya llevado a tierra germana.

Najem habla en una mezcla de acento árabe y alemán que cae sobre su español de talle ibérico. Expresa que no podría contar historias sobre soldados si no hubiera estado en el ejército.

Su última novela, Bagdad Marlboro , lo lleva a describir con detalle la vida de dos soldados que cruzan su vida en el desierto, vigilante y prisionero, mientras comparten versos de Whitman entre tabaco americano y bagdadí. En el mundo árabe, fumar es un tabú, como lo es hablar de la virginidad perdida por miles de jovencitas iraquíes. Ellas cayeron en la adoración a los machos del ejército durante la década de 1980 y después recurrieron a clínicas clandestinas para “recuperar” el himen perdido, a punta de hilo y aguja.

Read full article HERE: